Todavía recuerdo cuando tenia seis años y me venia a buscar Papa a Parvulitos.
Mirar a la salida de clase cuando la monja nos sacaba muy juntitos de la clase y veía que no era mi madre la que venia…¡¡era mi PADRE!!…¡¡Jooo me ponía tan contentaaaaaaaa!!! ¡¡Mi padre para mi entonces, en ese momento era lo mas…recuerdo que yo tan pequeñita, lo veía como un gigante…sus manos para mi cuando me cogia en brazos eran…uff!! ¡¡Me sentía protegida, querida, nada me podía hacer daño!!.
Recuerdo siempre sus manos conduciendo, creo que mi vena viajera viene de el, todos los domingos nos sacaba al campo, al pueblo, salir fuera de casa… y yo miraba sus manos cuando conducía, me quedaba hipnotizada con ellas…no entendía como me podían llevar tan lejos en un coche, no sabia si eran sus manos o el coche el que me llevaba. Pero la protección estaba allí, con el nada iba a pasarme.
Mi padre llevándonos en el coche sacaba la magia de la vida que había en mi, cada sitio nuevo que conocía me hacia vivir intensamente la maravilla de lo desconocido.
Creo que de allí viene en mi el no conocer imposibles.
Los viajes con mi padre en el coche, se han quedado dentro de mi, y cada vez que inicio una aventura surge la imagen de las manos de mi padre, llevándome a ese nuevo viaje, sigo desarrollando así la capacidad de mirar, de que el primer abrazo que de a un sitio sea con la mirada.
Se que puedo elegir en este momento como mirar este momento que es único y sagrado.
El otro día estaba de viaje con mi pareja, y mire sus manos al conducir, y hubo un gesto, no se cual, que hizo una luz, un crack, algo dentro de mi se abrió a hace muchos años… y vinieron a mi todos estos recuerdos, cayeron en cascada dentro de mi, desde un sitio lejano mi padre llego allí.
Y empezó de nuevo a conducir conmigo un nuevo viaje…me volvió a decir: ¡ aquí estoy…solo tienes que silenciarte y estaré en tu viaje!.
¡Gracias, Papa!